martes, 24 de septiembre de 2013

Abrigo maternal

«Confesión»

Abrigar a mi madre: ¡qué acto para más hermoso

Ella reposaba, cual cuerpo embellecido por los años. 

Mi madre es símbolo de lucha, esfuerzo, paciencia y amor.

Existieron peleas, culpas, regaños y otros regaños; sin embargo, un todo no es suficiente para dejar de amar a mi madre. 

[...]

La noche está fría; los cuerpos, como inertes, yacen en las camas. Y me adentro a la habitación de mi madre. Ella esta allí, calmada, pasiva, y pareciera que su mente crea un sueño, un sueño que hace que tan hermosa mujer descanse a más no poder. Tal vez en el sueño me encuentre, quizá esté abrazando a aquella mujer y le esté dando un beso en la frente. O quizá esté ahí ella, calmada, como ahora lo está. No lo sé, no sé tantas cosas, pero me conformo observando magnánimo contexto: ¡mi madre es preciosa!

Así, muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
hasta ser el primer pequeño que tuviste. 

Así, muerta inmortal. 
Entre la columnata de tus huesos 
que no puede caer ni a lloros, 
y a cuyo lado ni el Destino pudo entrometer 
ni un solo dedo suyo. 
Así muerta inmortal. 
Así. 

Poema LXV de TRILCE - César Vallejo

Estaba cubierta solo con una frazada, y me invadió la nostalgia. No sé el porqué. Me acosté a su lado y pensé en los años que han pasado, en los años que aquella mujer bendita me ha regalado, en los años que aquella mujer santa sacrificó por mi cuidado. ¿Tantos años pasaron desde que crecía en sus brazos? Ahora estoy joven y tiemblo del pasado: cada año significa uno menos de vida.

Abracé a esta radiante persona, y ella me abrazó. Unas lágrimas bañaron mi cara en silencio: pensar que a veces un te amo es reprochado por mis labios y pensar que mi madre se merece tantos... Cerré los ojos y recordé cuando tenía ochos años, cuando mi madre, bondadosa ella, me llevaba al colegio a regaños porque no quería levantarme a tiempo, cuando en el desayuno la molestaba con aquellas canas que aparecerían para embellecer más a aquella mujer ya hermosa. ¡El tiempo pasa y no toma conciencia de todo recuerdo que deja atrás! 

Soy joven. Soy uno de aquellos que siente vergüenza al decirle un te amo a su madre, uno que siente pereza al escuchar sus anécdotas, uno que odia en un instante de regaño, pero que después ama a aquella mujer.

Me levanté con extremo cuidado de aquella cama que día a día es testigo del cansancio de mi madre, y cubrí su cuerpo con una frazada adicional. Además, la cubrí con mi amor, mi pensamiento y con un beso en la mejilla que puso fin a su sueño. Mi madre se despertó, me abrazó y me dio un beso. «Descansa, mamá, te quiero», y, nuevamente, un beso selló aquel momento. 

¡La nostalgia invadió mi ser al contemplar a aquella mujer!

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