sábado, 5 de abril de 2014

Potente luz rojiverde

<<Cuento corto>>

Miraba el cielo intentando no marearme por el entorno. 

Hizo una maniobra con el timón que en menos de un segundo, de la izquierda en donde estábamos, ya había pasado la derecha del vehículo que estaba adelante. En la cara de los demás pasajeros se podía, además de observar, oler el terror. El semáforo con su potente luz roja se asemejaba a un verde, pase. El conductor de al lado miraba con esos ojos negros achinados, grandes, al otro. Ambos se miraban y conducían, no se detenían ni para poder pestañear, todo pasaba rápido, las casas también lo hacían, sus colores parecían una mala combinación de arcoiris grisáceos. Yo la miraba.

Mientras observaba cómo ella también expulsaba el terror por sus poros, los niños que estaban sentados adelante, más que conversar, gritaban. No podía leer ni concentrarme: ella al lado, esplendorosa; los niños gritando, fastidiosos; el conductor, con su gusto exótico por la velocidad. Tiene que comprender joven, son niños, aunque me agradaría que conversen de otros temas. Me dijo la señora que estaba a mi otro costado. 

Ella seguía sufriendo por dentro, sus ojos lo gritaban silenciosamente y sus manos se aferraban a lo que significaría, en ese momento, vida. Señor, ¿podría conducir mejor o quiere que llame a un policía? Gritó desde el asiento trasero una señora ya algo conocedora de la vida por los años. Yo seguía observando su cara, sus manos aún se aferraban a la "vida" y sus cabellos eran una revolución ordenada. Negros, sometedores de los ojos vecinos. El conductor decidió parar. Hubo cierta calma en el pasadizo, en las caras, en ella. 

¿Estás bien?, le pregunté. "Sí", respondió. Cuando el carro inició su recorrido nuevamente me percaté que los asientos de adelante estaban vacíos. El conductor bajó. Se acercó al otro carro, a la parte delantera, y con su puño bañado de un rojo que ahora sí veía en los semáforos regresó a su asiento. Ahora todo, por fin, estaba en calma. Ella seguía soñando aferrándose a la "vida".

Los niños bajaron algunas cuadras más adelante, la señora de al lado bajó junto al conductor minutos antes y la señora de al fondo sacó su celular y conversaba. Ella también bajó, siguió su camino representando una marcha firme, consistente. 

Me bajé, estaba a una cuadra de mi casa, ya no había tiempo para leer.

A la hora de la cena recordé que no le pregunté su nombre.

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