lunes, 26 de diciembre de 2016

¡Yo lo maté, Miranda, yo lo maté!

«Cuento corto»

- Entonces, ¿qué más pasó?

Mi nombre no importa, en realidad jamás importó. No importa mi cuerpo, mi estado, mi ánimo, no importa en dónde estoy, no importa, si quiera, cómo acabé aquí, así. Sé que a nadie le importo. Ni siquiera a él le importé, tampoco le importaba a ella. Los dos se esfumaron cuando me pasó eso, se alejaron cuando pudieron, y ahora estoy aquí intentando ordenar todo. 

Un día, bueno, ese día, me habló y me dijo que los festejos por haber cerrado el Congreso estaban en todas partes, me dijo que las personas estaban adorando al Chino; y yo le dije que no había nada por festejar. Viridiana –tampoco importa su nombre- se acercó, me tomó de la mano y me dio un beso, y… Entonces fue cuando Antonio reaccionó. ¡Acababa de llegar, dios!, ¡no sabía que él estaba ahí!, ¡no sabía que él la amaba! Antonio, Antonio, ¡Antonio! Solo de él importa el nombre, ¡sí!, siempre importó solo el nombre de él. Cuando lo vi, reaccioné. Solté la mano de Viridiana porque estaba nerviosa, y me acerqué a saludarlo. El resto pasó rápidamente, aunque el tiempo psicológico fue de años luz. La habitación comenzó a girar, ¡yo comencé a girar!; ella parecía volar y, parecía también, mirarme desde lo alto con sus ojos grandes y limones; él seguía ahí, parado al lado de la mesa con el cuchillo en sus manos. Sí…, aún recuerdos los detalles. 

- Él tuvo un ataque. Le estaba faltando el aire y no podía moverse. Lo sé, ¿pero solo fue eso?, no lo creo, algo más tuvo que pasar. ¡Murió repentinamente!, ¡cielos!, eso no tiene explicación.

Ahora todo justifica que haya muerto: ¡esa imitación de humano murió!, ¡murió de un ataque! Y jamás investigarán de qué morí en realidad porque ya hubo muchas muertes con esto de Sendero y una más ya no suma, ¡ya no importo!, ¡ni muerto importo!, caray, ni muerto importo. Viridiana, Antonio… nunca les importé. Y… ¿Miranda?, Miranda, ¡ah!, quizá ella, sí, quizá solo a ella le importe, espero. Pero ¡qué si no! Jamás le importé a alguien, así que no interesa si a ella no le importo ahora. Pero… pero sé que ella preguntará por mí, sé que indagará, preguntará por qué morí con exactitud. Sí, supongo que sí, ¡solo a ella le importo, solo a ella! Viridiana y Antonio no se lo esperan, pero sé que ella sí sabrá qué pasó, ella sí lo descubrirá. Aunque no sé qué pase después de descubrirlo, qué pase después de que sepa que no morí por un absurdo ataque. ¿Le creerán?, solo eso pregunto, ¿le llegarán a creer? No lo sé, caray, no lo sé. El perfecto Antonio sería incapaz, dirían, imposible que Viridiana haya podido hacerlo, ¡eso dirían! ¡Pero Antonio es un perro, un perro!, y qué sádico porque los perros no tendrían la culpa, ¡pero él lo es! Siempre fue un pedazo de mierda, un pedazo de nada, un pedazo de… un pedazo de perfecto imbécil al que todas las chicas lo veían como un modelito de esos que se lucen en París, en Francia, en esas revistitas bobas. Cómo quisiera que su jefe el Chinito también le mandara el ejército.

- No, no, no... ¡no! Nada lo justifica. ¡Ni siquiera me han dejado ver el cuerpo! Solo me dicen que murió de un ataque que jamás hubiésemos… hubiese imaginado. ¡No! Es, es, es... imposible, ¡imposible! Él estaba bien, ¡estaba bien!

Estabas con el cuchillo en tu mano, Antonio: ¡tú tenías el cuchillo!, maldición, ¡tú lo tenías! Pero ella, ¡pero ella tuvo la culpa!, sí, ella la tuvo. Ella sí sabía que tú la querías, ella sí sabía que tú estabas ahí, que los estabas viendo, ¡ella sí sabía que estabas de franco!, sí sabía que el Chino había absuelto a algunos de ustedes después de lo del Congreso. ¡Carajo! Tú, tú… no, no tenías, ¡maldición!, no tienes la culpa. Tuviste el cuchillo, él te vio cuando ya estaba casi muerto, agonizando, lo sé, lo sabes, pero tú no… ¡no! Fue ella la culpable de todo: ella lo sedujo, ella sedujo a ese pobre imbécil, lo sé, fue ella quien lo besó y luego, pues luego… ¡luego se revolcaron! Fue ella, ¡ella! Tú no sabías qué hacer, te quedaste ahí parado como todo un idiota, pero tenías ese cuchillo en tu pantalón, carajo, ¡pero todos los militares tienen uno, maldición!, ¿no? Tú no… no lo hiciste apropósito, tú solo agarraste tu cuchillo, lo amenazaste pero no tenías la intención de bajártelo, ¡tú no querías! Los viste ahí revolcados en el piso, ¡y tú la querías!, la quieres, la amas, y no sabías qué hacer, no sabías cómo hablar, no sabías que él, mierda, que era un hijo de puta que también la deseaba hace tiempo, ¡pero él tampoco tiene culpa!, todo es ella, ella, solo ella…

- Dime la verdad, por favor, solo… solo dime la verdad. ¿En realidad murió de un inexplicable ataque?, ¿entonces por qué no puedo ver el cuerpo? Dime, ¿por qué no me dejan verlo si todo fue simple? No, ¡sé que no me dices la verdad!, así que… así que ¡dime!

Antonio fue el de la importancia, solo él. Antonio, te ves atractivo hoy; Antonio, eres guapo; Antonio… Antonio, ¿quieres tirar conmigo? Sí, Antonio, todas las mujeres para ti, ¡todas sin excepción!: María, Cristina, Ana, Luisa, Jose… ¡todas!, pero no, claro, no, tú querías a Viridiana, ¿no es así?, solo a ella, y, vaya, ahora me doy cuenta por cómo la mirabas, cómo la tocabas, cómo te acercabas, cómo… Siempre tuviste a las mejores mujeres, a las mejores, pero a ella la querías. ¿Qué te gustaba de ella? Ana tenía mejores senos, Luisa con ese trasero que imaginábamos en una piscina, completamente mojadita, chorreándole agua por esos glúteos alucinantes, por esa piel que no era canela, que más parecía de durazno maduro, por todo ese cuerpazo que se manejaba. Aunque, claro, más me lo imaginé yo porque tú, aunque no en una piscina, sí te la tiraste en la playa esa a la que fuimos en grupo el año pasado. Pero no, nadie se comparaba a Viridiana, ¿no? Aunque, bueno, jamás te dije que estaba enamorado de ella, nunca te lo dije. Y es que, bueno, no le daba tanta importancia hasta ese día. Cuando llegué al cuarto, ella ya estaba ahí, ¡te lo juro!, y me dijo lo del Chino, estaba alegre. El día anterior me había insinuado algo de lo que hicimos después, pero pensé que solo era mi imaginación. La verdad es que hasta ahora no lo llego a entender por completo. No entiendo por qué se quiso acostar conmigo, por qué. Pero nada justifica que me hayas matado, perro.

- ¡En qué maldito momento pasó! Él no, él… ¡Tú!, ¡tú!, ¡tú!, maldita perra. Solo… ¿por qué?, dime, ¿por qué?

Además, ella se fue, te dejó ahí solo, solo y con él muerto ahí en el piso, y seguías con el cuchillo; en ese momento reaccionaste y te diste cuenta de que estaba ensangrentado. Ella se había ido, Antonio, ¡se había ido y ella fue, entiéndelo!, ella fue…, fue ella quien..., ¡ella lo mató!, ¡ella lo mató!, y por más que quieras negarlo, negártelo, lo sabes y quieres vivir con ese remordimiento, pero no olvidas que fue ella quien agarró el cuchillo que ya tenías en tu mano y le cortó la garganta, carajo, ¡fue ella, acéptalo! Tú te quedaste ahí y ella se fue sin preocuparle qué había hecho. Te llegaste a preguntar por qué lo mató, lo sé, lo sé, pero yo no, yo no… Tú no tuviste la culpa, no deberías culparte, Antonio. Aunque después hayas agarrado el cuerpo y lo hayas enterrado en ese descampado del sembrado de caña, ¡igual!, ¡tú no lo mataste! Sé que ahora varias personas te hacen preguntas sobre él y les dices que murió de un ataque, pero nadie sospecha, nadie. Y la verdad es que no sé si él se habrá dado cuenta de que fue ella quien agarró el cuchillo y se lo incrustó en la garganta para desmembrársela, porque después tú fuiste más estúpido al quitárselo y quedarte con eso: ¡quedarte con esa cosa y mantenerla en uno de tus bolsillos del pantalón! Jamás sabremos si en realidad él supo quién lo mató, pero tú no, Antonio, ¡tú no! 

- ¡Yo lo maté, Miranda, yo lo maté! Porque, porque… porque Antonio nos vio después de que tiramos. Sí, tiramos, Miranda. No sé lo que me pasó. Yo solo, yo… ¡yo quería a Antonio y él nos vio! Agarré su cuchillo y le corté la garganta. Yo solo… ¡no tuvo que haber pasado!

Siempre me quise llamar Antonio porque siempre quise ser como Antonio, pero ahora ya ni mi nombre importa. Él todo, siempre, él todo. Supe que el Chinito lo había llamado para esa toma y deseé que muriera, deseé que nunca regrese y… él fue quien me mató, yo soy el que no regresará, yo seré quien jamás esté con Viridiana. Pero no importa, los dos merecen estar juntos: par de idiotas. Miranda descubrirá la verdad, sí, ella sabrá lo que pasó y se lo contará a todos. Solo, solo espero que le crean. Pero qué hacer después, qué hacer, qué… No le creerán. Jamás les importé. Hice el amor con ella y no le habrá importado, fui amigo de él y no le importó cuando me mató, pero qué, ¿por qué se acostó conmigo?, ¿por qué? 

- Yo lo amaba y tú lo mataste, tú…

Antonio, pobre de ti, ahora andas escondiéndote, sobre todo de Miranda que quiere hacerte varias preguntas, creo que ella lo quería. Sé que le tienes miedo, tienes miedo de que descubra qué pasó, quién fue. Pero no te entiendo, ¡no tienes motivos!, ella lo mató, tú no, carajo. Además, tú habrás matado a varias personas, y matarás a más, ¿por qué sientes resentimientos?, ¡no debes sentir miedo ni pena! Ya no te deberías esconder. Ahora, lo siento, pero tus sospechas son ciertas: Miranda está hablando con ella y, creo, ella le dirá la verdad, pero ninguna sabe en dónde lo enterraste, idiota, solo tú lo sabes, y… supongo que él, supongo que de cierto modo él también sabrá en dónde está enterrado su cuerpo. La verdad es que espero que diga todo lo que pasó, que le diga que fue ella quien lo mató.

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